Volamos México-Roma el domingo 16 de junio, mi tío nos recibió muy cariñoso en el aeropuerto. He de decir que lo conocía poco, muy poco, al igual que la mayoría de mis hermanos y primos. Lo habría visto en mi vida quizás unas 8 ó 10 veces, pero no más. Además, cuando él venía a México convivíamos en comidas de mucha gente, así que nunca llegábamos realmente a platicar muy a fondo con él. Conocía algo de su vida gracias a lo que mis papás nos platicaban, y algunos detalles de su vida en el Opus Dei gracias a mi mamá que lo quería mucho.
Difícilmente se puede conocer Roma con tanto detalle. Ni el mejor guía nos hubiera enseñado con tanta dedicación una ciudad tan llena de historia. Mi tío era una persona cultísima, además hizo su tesis doctoral en Arte Cristiano. Siempre es un gusto convivir con gente así, y más con la absoluta dedicación que mi tío nos dio esos días, desde que nos recogió en el aeropuerto hasta que salimos en coche a Asís el viernes 21 en la mañana.
Todos los días llegaba mi tío por ahí de las 8 u 8:30 de la mañana a desayunar al hotel “Palatino” donde nos hospedábamos, en la “Vía Cavour”, cerca del Coliseo. Ahí planeábamos con detalle la ruta a seguir, todos proponíamos y él sugería siempre además de lo que tradicionalmente tiene que verse, algunos lugares muy especiales que solo son conocidos por quienes ahí viven. Andábamos todo el día a un paso muy movido, y la verdad es que sin ninguna dificultad mi tío nos seguía el paso, iba siempre adelante lidereando el grupo y deteniéndose en todo aquello que tenía alguna importancia, para tratar de enriquecer nuestro viaje al máximo.
Muchas veces nosotros le preguntábamos por construcciones y monumentos que no tenían ningún valor histórico porque eran construcciones recientes o remodelaciones, y el con toda calma nos explicaba las diferencias que para ser sinceros y siendo no muy culto, eran difíciles de captar. Me acuerdo de una de esas plazas recientes que mi tío decía que parecía pastel de quince años, estaba cerca del hotel y curiosamente se llamaba Piazza "Vittorio Emmanuelle” (Plaza Víctor Manuel).
Cerca del mediodía, y luego de caminar a buen paso durante varias horas, decidíamos cual trattoría sería la indicada para tomar una buena cerveza o vino de la casa y una cantidad infinita de deliciosos embutidos y botanas varias que ahí les llaman antipasto, luego de lo cual retomábamos el camino sobre la ruta que nos habíamos trazado en la mañana. Yo trataba de no despegarme de mi tío y de preguntarle todo lo que se me ocurría, fue así como empezamos a encontrar una excelente identificación mutua y a conocemos de forma muy cotidiana, pero muy intensa.
Mi tío tenía un carácter fuerte como el de todos sus hermanos, pero un sentido del humor único, todo el día nos la pasábamos de carcajada en carcajada con las necedades que a los 4 se nos ocurrían. Visitamos innumerables catedrales, monumentos, plazas y lugares especiales, de los cuales me acuerdo especialmente de la “Piazza Navona” que para mi tío significaba mucho porque pasaba casi todos los días por ella de camino a su escuela aquí para ver su recorrido, decía que esta plaza tenía todos los colores de Roma. Lugares especiales para él eran las Basílicas de “Santa María La Mayor”, “San Juan de Letrán” y “San Pablo Extramuros”, la “Cárcel Mamertina” y “El Jesú” (Iglesia de los Jesuitas), y “San Pietro In Víncole”, en donde se encuentran las cadenas de San Pedro y “El Moisés”. Además, mi tío era gran admirador del Museo del Vaticano.
Por ahí de las 7 de la noche decidíamos dónde cenar, mi tío iba a su casa y nosotros al hotel a recargar baterías, y nos encontrábamos generalmente a las 9 en algún buen restaurante, no necesariamente de mucho turista. Las cenas eran una parte importantísima, quizás la más padre del día. Fuimos a varios restaurantes, en los que de verdad se comía bien y se platicaba mejor. Dos de los que más nos gustaron fueron el “Constanza” que los 4 coincidimos fue el mejor, muy europeo construido dentro de una cueva, y la “Ostería Marcello”, donde la pasamos especialmente bien. Fuimos también al tradicional “Alfredo Di Roma”.
Ahí hacíamos un resumen de lo que habíamos hecho en el día, cada quien platicaba lo que más le había gustado y lo disfrutábamos nuevamente. Generalmente durante las cenas aprendíamos muchísimo de mi tío, eran interesantes clases de historia. Cenábamos fuerte porque caminar todo el día nos cansaba lo suficiente para llegar muertos de hambre, más o menos a las 11 nos despedíamos y fijábamos la hora para desayunar en nuestro hotel al día siguiente.
Una parte padrísima de nuestra estancia en Roma fue la visita que pudimos hacerle al Padre Don Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, quien conocía perfectamente a mi tío Víctor y le tenía mucho cariño. Los cuatro teníamos muchas ganas de verlo. Mi tío y el Padre se conocían desde hacía años y su emoción por ver a Don Javier era grande. Al llegar a la casa donde vive el Padre, que en la Obra es conocida como “Villa Tévere”, mi tío nos dijo que prefería que nosotros entráramos solos, porque si él entraba la plática podría desviarse, que sería mejor que Don Javier platicara solo con nosotros. Seguramente por dentro tenía muchísimas ganas de verlo, pero siendo como siempre muy generoso, prefirió no entrar. Evidentemente en la plática con Don Javier lo primero que salió al tema fue mi tío Víctor, y el Padre nos dijo que eran muy buenos amigos, que se querían mucho. Saliendo de ahí fuimos los cuatro a comer a un restaurante cerca de la casa de La Obra que se llamaba “Ambasiata d’ Abruzzo”, donde platicamos con mi tío todos los detalles de la entrevista con Don Javier.
Quizás la parte más emocionante del viaje, de la que tengo los mejores recuerdos, fue cuando fuimos a la audiencia de los miércoles a ver al Papa. Mi tío nos consiguió boletos con el embajador de Guatemala y aunque al entrar no resultaron ser los mejores boletos de la audiencia, con el ingenio típico del mexicano logramos colarnos hasta la mismísima primera fila, desde donde los 4 pudimos darle la mano al Papa. Fue una experiencia increíble para todos, mi tío Víctor no lo podía creer. Me acuerdo que saliendo de la audiencia nos llevó a comer a un restaurante delicioso, quizás el mejor de todos aunque no el más elegante, que se llamaba “Il Cuatri Mori” (Los cuatro Moros).
Mis papás y yo teníamos planeado un viaje en coche hacia el norte de Italia y obviamente tratamos de convencer a mi tío de que nos acompañara aunque sin éxito, sus estudios se lo impedían. Lástima, hubiera sido padrísimo.
Así pasaron rápidamente esos 5 días en los que pude convivir muy de cerca con mi tío. Pareciera que en 5 días es imposible conocer a una persona, pero tuve la suerte de tenerlo casi para mi solo durante 14 horas cada día. Logré conocerlo y quererlo mucho más que en los 26 años anteriores, le conocí virtudes y cualidades difíciles de reunir en una persona.
Le doy gracias a Dios porque tuve la oportunidad de conocer a una persona extraordinariamente alegre y generosa, que vivió intensamente la vida con plena confianza en los planes de Dios.