El sentido del humor de mi tío Víctor era algo que le caracterizaba especialmente. Estar junto a él era pasar momentos muy agradables; siempre se le estaban ocurriendo cosas para hacer reír a los demás. He recopilado algunas anécdotas simpáticas que me han dado por escrito algunas personas y otras me las han platicado en alguno de mis viajes a Guatemala. Comienzo con las que narró Vinicio Donis quien durante varios años vivió con él.
ALGUNOS RECUERDOS DE VÍCTOR DEL VALLE
Conocí a Víctor del Valle el 28 de noviembre de 1982 en la ciudad de Guatemala. Lo recuerdo perfectamente porque ese día Su Santidad Juan Pablo II erigió la Prelatura Personal del Opus Dei. Casi dos meses antes, yo había pedido la admisión en esta institución de la Iglesia católica, a la que pertenecía mi padre y en la que Víctor y yo hemos dejado la vida con tantas alegrías que resultaría interminable contar.
Conocí a Víctor del Valle el 28 de noviembre de 1982 en la ciudad de Guatemala. Lo recuerdo perfectamente porque ese día Su Santidad Juan Pablo II erigió la Prelatura Personal del Opus Dei. Casi dos meses antes, yo había pedido la admisión en esta institución de la Iglesia católica, a la que pertenecía mi padre y en la que Víctor y yo hemos dejado la vida con tantas alegrías que resultaría interminable contar.
Vinicio el segundo de izq a der
APOTEÓSICO RECIBIMIENTO EN GUATEMALA
Tenía una chispa para narrar anécdotas, acontecimientos y Dios le dotó de una memoria formidable. Me enteré que llegó a Guatemala en el año 1955 y escucharle ese relato era divertidísimo: venía a ayudar en los inicios de la labor del Opus Dei iniciada en la ciudad de Guatemala en julio de 1953 y aunque tenía toda la ilusión propia de la juventud a sus 24 años, le acompañaba un sentimiento de cierta congoja por ser tan pocos los miembros de la Obra en esos momentos y aunque sabía que le iban a recibir en el aeropuerto “La Aurora”, pensaba que sólo una persona iba a estar allí. Efectivamente así fue; sin embargo, ocurrió que al detenerse el aeroplano en la pista y abrir la puerta para que los pasajeros bajasen por la escalerilla -en ese tiempo no existían las mangas modernas de ahora-, vio una multitud de personas que le aplaudían justo cuando asomó en el umbral de la puerta. Se sintió verdaderamente conmovido y sorprendido, hasta que comprendió que los aplausos eran para unas reinas de belleza que venían detrás de él para un concurso en el país. Así fue su bienvenida, con tanta alegría. Con el pasar del tiempo fue testigo de primera fila del desarrollo de la labor de la Prelatura colaborando también con los diseños de los diversos Centros que con el tiempo se fueron abriendo. Tenía una sensibilidad artística para ubicar en un terreno la distribución de masas requerida en un proyecto. Esto lo supe porque con el tiempo me gradué como Ingeniero Civil y compartí algunas veces las mesas de dibujo en que revisaba planos, diseños, etc.
Tenía una chispa para narrar anécdotas, acontecimientos y Dios le dotó de una memoria formidable. Me enteré que llegó a Guatemala en el año 1955 y escucharle ese relato era divertidísimo: venía a ayudar en los inicios de la labor del Opus Dei iniciada en la ciudad de Guatemala en julio de 1953 y aunque tenía toda la ilusión propia de la juventud a sus 24 años, le acompañaba un sentimiento de cierta congoja por ser tan pocos los miembros de la Obra en esos momentos y aunque sabía que le iban a recibir en el aeropuerto “La Aurora”, pensaba que sólo una persona iba a estar allí. Efectivamente así fue; sin embargo, ocurrió que al detenerse el aeroplano en la pista y abrir la puerta para que los pasajeros bajasen por la escalerilla -en ese tiempo no existían las mangas modernas de ahora-, vio una multitud de personas que le aplaudían justo cuando asomó en el umbral de la puerta. Se sintió verdaderamente conmovido y sorprendido, hasta que comprendió que los aplausos eran para unas reinas de belleza que venían detrás de él para un concurso en el país. Así fue su bienvenida, con tanta alegría. Con el pasar del tiempo fue testigo de primera fila del desarrollo de la labor de la Prelatura colaborando también con los diseños de los diversos Centros que con el tiempo se fueron abriendo. Tenía una sensibilidad artística para ubicar en un terreno la distribución de masas requerida en un proyecto. Esto lo supe porque con el tiempo me gradué como Ingeniero Civil y compartí algunas veces las mesas de dibujo en que revisaba planos, diseños, etc.
LA HISTORIA DEL BARBERO
A los tres o cuatro días de estar instalado en la ciudad de Guatemala, salió a dar una vuelta justo detrás del Palacio Nacional. A Víctor le acompañaba una elegancia en el vestuario y en el porte que era digna de imitar. Pues bien, iba caminando con un traje completo (saco y corbata), cuando en una barbería que quedaba justo en esa calle, el barbero dispuso salir a la calle y lanzar al aire sus enjuagues luego de haberse lavado los dientes... Cuál no sería la sorpresa de Víctor al recibir en pleno vestido esa ráfaga descomunal. El barbero se moría de pena y Víctor de la risa.
EL COCHINO QUE SE COMIÓ EL ROSARIO QUE USABA VÍCTOR
Otra de las anécdotas que siempre contaba y cada vez le salía mejor era que estando en México en Santa Clara de Montefalco, llegó el momento de rezar el rosario. El estaba caminando con su rosario en la mano cuando se le acercó un “cochito” -así decimos en Guatemala, aunque en México sé que le dicen cochino o algo así- y encaró a Víctor quien se puso a observarlo con cierta curiosidad. Y ocurrió que el animalito que ya estaba muy cerca de Víctor le mordió el rosario y se lo comió ante la mirada estupefacta de Víctor y las carcajadas de los demás y de Víctor mismo.
Cuando Mago me escribió para que relatara algunas anécdotas que recuerdo de Víctor, me entusiasmé tanto que empecé a recordar cómo las relataba Víctor; sin embargo, soy consciente de no llegar a la altura requerida en este libro no solo porque no he tenido pluma, sino porque estoy recuperándome de una afección renal que me tiene bastante “amolado” aunque con vistas a una solución próxima. Pongo entre comillas lo de amolado porque es un término muy mexicano que no utilizamos tanto en Guatemala. Se lo escuché a mi querida y recordada Doña Margarita del Valle Noriega de Torres, precisamente cuando vino el 11 de noviembre del año 2000 a visitar por última vez a su hermano.
A los tres o cuatro días de estar instalado en la ciudad de Guatemala, salió a dar una vuelta justo detrás del Palacio Nacional. A Víctor le acompañaba una elegancia en el vestuario y en el porte que era digna de imitar. Pues bien, iba caminando con un traje completo (saco y corbata), cuando en una barbería que quedaba justo en esa calle, el barbero dispuso salir a la calle y lanzar al aire sus enjuagues luego de haberse lavado los dientes... Cuál no sería la sorpresa de Víctor al recibir en pleno vestido esa ráfaga descomunal. El barbero se moría de pena y Víctor de la risa.
EL COCHINO QUE SE COMIÓ EL ROSARIO QUE USABA VÍCTOR
Otra de las anécdotas que siempre contaba y cada vez le salía mejor era que estando en México en Santa Clara de Montefalco, llegó el momento de rezar el rosario. El estaba caminando con su rosario en la mano cuando se le acercó un “cochito” -así decimos en Guatemala, aunque en México sé que le dicen cochino o algo así- y encaró a Víctor quien se puso a observarlo con cierta curiosidad. Y ocurrió que el animalito que ya estaba muy cerca de Víctor le mordió el rosario y se lo comió ante la mirada estupefacta de Víctor y las carcajadas de los demás y de Víctor mismo.
Cuando Mago me escribió para que relatara algunas anécdotas que recuerdo de Víctor, me entusiasmé tanto que empecé a recordar cómo las relataba Víctor; sin embargo, soy consciente de no llegar a la altura requerida en este libro no solo porque no he tenido pluma, sino porque estoy recuperándome de una afección renal que me tiene bastante “amolado” aunque con vistas a una solución próxima. Pongo entre comillas lo de amolado porque es un término muy mexicano que no utilizamos tanto en Guatemala. Se lo escuché a mi querida y recordada Doña Margarita del Valle Noriega de Torres, precisamente cuando vino el 11 de noviembre del año 2000 a visitar por última vez a su hermano.
TREMENDO SUSTO A LAS DOS DE LA MAÑANA
Víctor se metía mucho conmigo por los dolores renales. Yo me inicié en estos avatares el 19 de junio de 1996 cuando tenía 31 años. El 2 de agosto del año 2000, Víctor debía viajar a Pamplona, para confirmar el diagnóstico previo de su enfermedad, dado en Guatemala. Estuvo en la clínica universitaria de la Universidad de Navarra y providencialmente Mago pudo acompañarle en esos días. Seguramente en alguna parte de este libro, ella narrará abiertamente esa experiencia.
El 1 de agosto vimos en la casa la película “Sexto sentido” que hasta cierto punto puede llegar a causar miedo. Me retiré a acostarme con ese sentimiento y como a las dos de la mañana oí que la puerta de mi habitación se abría sin más y entraba un individuo en bata, altísimo. Me dijo en voz baja: Julián, necesito que me ayudes. Por poco y no me dio un infarto, aunque reaccioné al momento, dándome cuenta que era Víctor. Se confundió de habitación y quería que una persona que es médico le ayudara con los dolores que padecía. Le dije sobre la marcha: no soy don Julio, soy Vinicio. Entonces Víctor con toda sencillez me preguntó: ¿y dónde está Julio? Le acompañé a despertar a este médico quien ya le atendió. Me sorprendió, en medio de los dolores que tenía Víctor, cómo se reía de este episodio -producto de una simple confusión-. Al otro día, al despedirse de mi, me dijo: ahora comprendo cómo son tus dolores renales. Sin embargo, lo dijo como siempre, con una gran sonrisa.
Víctor se metía mucho conmigo por los dolores renales. Yo me inicié en estos avatares el 19 de junio de 1996 cuando tenía 31 años. El 2 de agosto del año 2000, Víctor debía viajar a Pamplona, para confirmar el diagnóstico previo de su enfermedad, dado en Guatemala. Estuvo en la clínica universitaria de la Universidad de Navarra y providencialmente Mago pudo acompañarle en esos días. Seguramente en alguna parte de este libro, ella narrará abiertamente esa experiencia.
El 1 de agosto vimos en la casa la película “Sexto sentido” que hasta cierto punto puede llegar a causar miedo. Me retiré a acostarme con ese sentimiento y como a las dos de la mañana oí que la puerta de mi habitación se abría sin más y entraba un individuo en bata, altísimo. Me dijo en voz baja: Julián, necesito que me ayudes. Por poco y no me dio un infarto, aunque reaccioné al momento, dándome cuenta que era Víctor. Se confundió de habitación y quería que una persona que es médico le ayudara con los dolores que padecía. Le dije sobre la marcha: no soy don Julio, soy Vinicio. Entonces Víctor con toda sencillez me preguntó: ¿y dónde está Julio? Le acompañé a despertar a este médico quien ya le atendió. Me sorprendió, en medio de los dolores que tenía Víctor, cómo se reía de este episodio -producto de una simple confusión-. Al otro día, al despedirse de mi, me dijo: ahora comprendo cómo son tus dolores renales. Sin embargo, lo dijo como siempre, con una gran sonrisa.
Vinicio Donis
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